miércoles, 28 de enero de 2015

Relatos: Norteño

Me quería venir pal’ sur, porque pensé que así Dios no me vería bajo tanta nube. Quizás así mi conciencia podría descansar de tanta carga, tirar los bultos al suelo y poder mirar pa' arriba, pa' las montañas, pa' los árboles, pal cielo... Hace harto que no miro pal’ cielo, me da miedo que me caiga un rayo.
Cuando estaba en Arica no me daba cuenta de lo seco, del polvo en los zapatos, lo mala que era la agua, pero no me importaba, no sabía de mas. Pero yo no soy del norte, nací en Santiago, en Santiago Centro, pero ¡al centro, centro! Y no e’ broma oiga. -dio una risotada y continuo-. Mi madre me tenía pensado pa' una semana más y yo no aguante el trayecto, quería puro salir parece, porque en la misma plaza de armas nací de un tirón -hizo una corta pausa-. Llegar a lo que es Puente Alto era viaje de medio día. Se hacía a carreta, no había pa' más y, con suerte, había eso. Era puro campo eso, puro barro, pura pobreza, ¡tanta pobreza!... no como ahora que la gente puede tener zapatos nuevos, quizás baratos, pero eso a nadie le importa, aunque no falta el tonto que sí... Tanto tonto marquero, si supieran cómo eran sus abuelos, les daría vergüenza... ¡Qué se yo, también! Soy tan tonto como pa' creer que hay gente que aún tiene de esas.
-¿De cuál? -le pregunté-.
-¡De las vergüenzas pues! -me respondió.
-Aaah, sí. La gente ha cambiado mucho, los más chicos sobre todo. -le dije, para que no pensara que no lo estaba oyendo.
-En todos se nota, -continuó- parece que las gentes pobres en cosas son más ricas en alegría, pero no tengo punto de comparación tampoco, nunca he conocido a un millonario, siempre he estado más cerca del otro lado. Una mujer que era nana de una casa de rico me contaba que lo pasaban mal igual, pero a otro nivel, ¿entiende? No se preocupan por ni una cuestión material no más, porque lo tienen todo, pero son igual o más hueones que nosotros. Saben cosas más difíciles no más, por eso ganan. Como quien dice: "saben cuál tornillo apretar" y a veces ni eso, ni saben cómo llegaron a su situación; es que entre ellos se acomodan.
Cuando llegué a Puerto Montt, lo hice en pleno verano, después, en marzo, se puso a llover y no paró en tres meses. Recuerdo que a la mitad, llore una semana entera; me acostaba llorando y me despertaba llorando, parecía mujer, pero no me da vergüenza, ¡porque las mujeres que he conocido! ¡Uy! Las viera usted... fuertes, fuertes. Una de ellas me ayudó a parar el llanto, me dijo "espera septiembre" y así fue. Todo brillaba como pulido, como renacido. Es que así es para acá, indomable... lo único que para a los árboles son los rayos, acá está la naturaleza de verdad, brusca, pero si te acostumbras y agarras el ritmo, lo superarás.

Se quedó en silencio mirando por la ventana, el brillo del atardecer por entre las nubes... todos los colores del año se vieron en ese solo atardecer, todas las estaciones se marcaron en su piel morena y arrugada, los temibles fríos, los sofocantes soles. Esa fue la primera y última vez que hablé con ese señor y, siempre que cambia el tiempo, me pregunto por dónde andará ahora escondiéndose de Dios.