Salí a comprar, en la hora de almuerzo, tenía nada más que
15 minutos para regresar a trabajar. Luego de pasar Bilbao continué
caminando hasta llegar a Temuco, Villa Rica, Concepción, Punta Arenas, Puerto
Montt, Buenos Aires, Brazil, Costa Rica, Perú, Bolivia... cuando volví ya no había
trabajo, ya no había empresa, mi hijo había crecido, mi madre estaba más vieja.
Nunca me había alejado tanto de Santiago. Nunca pensé todo lo que podía
hacer estirando la hora de colación. Creo que no hay como dejar de pensar, yo
lo hubiese visto como una locura, pero para pensar que se piensa hay que estar
enfermo. Dejé de pensar y dejé de errar, no me volví a enfermar, no volví a
sufrir y empecé a sentir; el suelo en que me siento, los pies que me sostienen, el paisaje que contemplo, el
aliento que respiro y que antes fue de otro, el calor del sol siempre único, la
comida regalada, el abrigo simple.
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