jueves, 28 de enero de 2016

Mientras los duros carros se arrastran por los rieles oxidados y desgastados por el peso de la masa inconsciente, que se relaja al sonido de las trompetas de jóvenes soñadores de pobreza heroica, yo callo, como de costumbre, las voces que me llaman a la lejanía de las montañas eternas, a la soledad del zorro nativo, a la locura del supremo dictador, a silenciar al mundo de cuerdas humanas.

Quiero ver al ojo del creador molesto cuando me juzgue por maldecir la tierra, su creación maldita del don de la mentira y preguntarle por su amor infinito y perdón eterno.
Quiero conocer al diablo, que tanto lo enojó por su crítica, que tuvo voz en esos enormes e intangibles oídos, sordos a la guerra moderna, sangrienta como la primera, televisada como ninguna antes, pero invisible a sus gigantes ojos imaginarios; me hace pensar que tendrá cosas más importantes en su periódico matutino el dios de los soñadores, de los hipócritas y mediocres culposos.

Es la raza humana la culpable de toda desgracia, es de toda responsabilidad poseedora.

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